Tu desnudez palpitante, codiciosa y ávida, emergía entre las sombras de la ardiente habitación. El roce de tus dedos me quemaba, la humedad de tu boca dejaba rastros por toda mi geografía corporal. La temperatura calcinaba poco a poco tu cuerpo y el mío. Caminábamos al borde de un abismo candente de pasión. El cráter de mi volcán interno estaba a punto de entrar en erupción, un fragmento de tu integridad corpórea se abría paso en mi sombría concavidad. Tu cuerpo y el mío, fundidos y presos de una satisfactoria oscilación se encausaban hacia la cumbre del placer. ¡Qué plenitud llegar a la cima!
…Mi vulnerable existencia palpita Sacudida por el más ardiente pecado. El roce de tus manos me produce temblor. La creciente temperatura de tu cuerpo incinera uno a uno todos mis rincones. La calidez de tu aliento me seduce, me hipnotiza, me eleva hacia la cumbre de mis sentidos. Tu lengua deja rastros de humedad por mi piel. ¡Necesito más! Mi integridad lo reclama; la llama ya está encendida. Quema… El fuego da placer. Mi concavidad goza, suda, se humedece, te alberga; se adueña de tu viril integridad corpórea. Tu afiebrado segmento me habita, me invade, me riega con sus privados fluidos. Los gemidos ensordecen, se acrecientan con cada movimiento que efectúan los cuerpos. Me siento una Afrodita insaciable, estoy a punto de estallar… estoy al filo del goce infinito. No existe mayor placer. Si esto es pecado… quiero morir pecando.